Esther Vivas, experta en redes de distribución y consumo, apuntaba en un artículo publicado el pasado 25 de febrero en el diario Público que la gran distribución comercial (supermercados, hipermercados, cadenas de descuento) ha experimentado en los últimos años un fuerte proceso de expansión, crecimiento y concentración industrial. Los principales supermercados han entrado así a formar parte del ranking de las mayores multinacionales del planeta, cambiando su aparición y desarrollo radicalmente nuestra manera de alimentarnos y de consumir.
Se produce, se distribuye y se come aquello que se considera más rentable, obviando la calidad de nuestra alimentación. Aditivos, colorantes y conservantes se han convertido en algo cotidiano en la elaboración de lo que comemos. En Estados Unidos, por ejemplo, debido a la generalización de la comida rápida, se calcula que cada ciudadano toma anualmente 52 kilos de aditivos, lo que genera crecientes dosis de intolerancia y alergias. ¿Más consecuencias? Obesidad, desequilibrios alimentarios, colesterol, hipertensión… y los costes acaban siendo socializados y asumidos por la sanidad pública.
Los alimentos “viajeros” son otra cara del actual modelo de alimentación. La mayor parte de lo que comemos viaja entre 2.500 y 4.000 kilómetros antes de llegar a nuestra mesa, con el consiguiente impacto medioambiental, cuando, paradójicamente, estos mismos productos son elaborados a nivel local.
No en vano, según el sindicato agrario COAG, los precios en origen de los alimentos han llegado a multiplicarse hasta por 11 en destino, existiendo una diferencia media de 390% entre el precio en origen y el final. Se calcula que más del 60% del beneficio del precio del producto va a parar a la gran distribución. La situación de monopolio en el sector es total: cinco grandes cadenas de supermercados controlan la distribución de más de la mitad de los alimentos que se compran en el Estado español acaparando un total del 55% de la cuota de mercado. Si a estas les sumamos la distribución realizada por las dos principales centrales de compra mayoristas, llegamos a la conclusión de que sólo 7 empresas controlan el 75% de la distribución de alimentos.
Pero existen alternativas. En lo práctico, podemos abastecernos través de los circuitos cortos y de proximidad, en mercados locales y participar, en la medida de lo posible, en cooperativas de consumidores de productos agroecológicos, cada vez más numerosas en todo el Estado, que funcionan a nivel de barrio y que, a partir de un trabajo autogestionado, establecen relaciones de compra directa con los campesinos y productores de su entorno.
Esther Vivas es miembro del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) Universitat Pompeu Fabra
1 comentario:
Felicidades a IU por ser tan consecuentes y acertados. Si no existierair habría que inventaros.
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